Iara Bianchi
Psicoanalista y Psicóloga
Psicoanalista y Psicóloga
Psicoanalista y Psicóloga
Una relación terapéutica se construye. Un análisis es posible cuando se genera una confianza que el psicoanalista gana en los primeros encuentros. Se va a un analista cuando la voluntad y el sentido no alcanzan. Es en ese momento cuando, junto con el paciente, comienza un trabajo de análisis.
Cada persona es un mundo. Nadie sabe mejor acerca de ese mundo que cada quien. No obstante, hartas veces se lo desconoce o cambia sin aviso.
Acompaño a descubrir el malestar e interpretarlo. De esta forma, se abren nuevas posibilidades, acorde a la singularidad de cada paciente. Cada camino es único.
La elección, y la apuesta, es mutua. El desenlace consta de un alivio que augura un vivir más amable.
Las complicaciones de la vida no se terminan, pero emerge y surge el valor del disfrute. Lo imprescindible muta y las complicaciones se vuelven otras, las necesarias; ahora, con mejores recursos para afrontarlas. Este es el punto cuando el análisis finaliza. Una lógica diferente se ha constituido y se la llevará consigo.
En un análisis, al tratarse de una experiencia única, no hay fórmulas prestablecidas. El analista cuenta con un bagaje de conocimientos que mantiene en suspenso, y así no antepone las experiencias pasadas a la que está ocurriendo. Al estilo socrático, se plantea una ciencia conjetural que toma los elementos de las circunstancias actuales, remitiendo a la historia del paciente si el pasado se repite en el presente y genera malestar. Lejos de contar toda la vida cronológicamente, se dice sobre lo que importa. “…Hasta cortar los defectos puede ser peligroso. Nunca se sabe cuál es el que sostiene nuestro edificio entero”, escribía Clarice Lispector. Entonces, no estamos planteando una revolución radical, sino a cuenta gotas. El proceso no es fácil y puede angustiar (no más de lo que ya se vivenció), lo mínimo para que sea factible seguir avanzando en un laberinto con salida. Los ahorros de lo rápido y efímero se cobran con síntomas cada vez más agudos. El análisis no es eterno, el tiempo varía según cada persona. Se suele consultar por una angustia difícil de comunicar; o por un problema a resolver y, sin embargo, de manera frecuente, se revela otro que se omitió y que causa un gran malestar. Es mi labor poner en movimiento las palabras, colaborar con crearlas (si no están) y percibir los silencios que están conmoviendo la existencia del paciente y todo lo que ello conlleva.
En cuanto a la psicología, la modalidad de tratamiento es diferente. Se trabaja con lo consciente. Existen quienes, por ejemplo, refieren padecer una fobia a viajar, a subir a un avión. O, quienes quieren emplear técnicas para relacionarse mejor con sus compañeros de trabajo. O, aquellos que buscan una orientación vocacional para elegir una carrera. Y sólo quieren solucionar eso: subir a un avión, mejorar el clima laboral, elegir una carrera.
En efecto, algunas técnicas son útiles para cada uno de estos casos (y las utilizo además para la mejora de las comunicaciones en las empresas y en las organizaciones en general). La escucha continúa siendo analítica, pero el tratamiento está focalizado en el motivo de consulta. A modo de ejemplo: Una vez me consultó una mujer que atravesaba una convivencia difícil con el padre de su hijo; una vez que consiguió un trabajo que le posibilitó vivir con su hijo en una casa propia, dio por finalizado el tratamiento. Tiempo después, me enteré que estaba bien y que le había cambiado la vida. Allí no hubo un análisis propiamente dicho, pero sí un cambio de perspectiva —y, consecuentemente, de las circunstancias— que le devolvió las ganas de vivir.
El recorrido se va tejiendo con el paciente. Algunos buscan un análisis profundo. Otros, prefieren tratar un tema particular que los angustia. Y también están los que vuelven puntualmente cuando el azar irrumpe, desconcierta o les presenta grandes desafíos.
Es usual la denominación “Supervisión” o “Análisis de control” cuando un psicoanalista comienza con su práctica, o, en alguna instancia de su recorrido, se encuentra con una dificultad que le genera muchas dudas, impotencia o una gran incertidumbre. Es entonces cuando conviene consultar el caso con un colega, para desbloquear esa traba, para abrir nuevas posibilidades de intervención.
Un control no transmite un modo de operar sino que evalúa para examinar, para comprobar conocimientos. Una supervisión remite a un seguimiento que alude a la vigilancia o dirección de la realización de una actividad determinada por parte de una autoridad o quien posea un mayor saber. En cambio, dialogar las propias inquietudes del caso con un colega que comparte cierta base de entendimiento —amor por su trabajo e interés por el análisis del paciente, respetando su privacidad— consiste en involucrar a otra escucha que colabore en desenmarañar aporías y en percibir dónde le aprieta el zapato; para detectar, registrar, conmover y remover esa piedra.
Por estos motivos, siendo humanos y no dioses, alivia el conversar y pensar con alguien que se dedique a lo mismo y que tenga otra experiencia —que coloca entre paréntesis para facilitar la escucha de la experiencia del analista que consulta—.
Los pacientes perdonan equivocaciones si no son tan groseras ni reiterativas. A diferencia de otras prácticas, el psicoanalista debe estar siempre atento al paciente, pero también a cualquier ruido, desarmonía o discordancia que puedan afectar el trabajo de análisis.
En resumen, no se trata de una súper-visión, basta con ver y escuchar lo que obtura un fluir. Tampoco se reduce a un “análisis de control”, recauchar o reajustar lo sucedido en el análisis del analista, el cual puede continuar o haber terminado. Cualquiera sea la circunstancia, para hablar con alguien donde la intimidad está presente —aunque acotada a la cuestión a abordar que sobrevino con un paciente—, ¿qué mejor que hablar con otro analista?